A propósito de la decisión Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el caso Olieri y otros contra Italia.
Hoy es un día histórico en la lucha por la igualdad y la defensa de la diversidad sexual. Sin grandes augurios ni medios de prensa anunciando la crónica de esta gran victoria, esta mañana el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dictado sentencia en el caso de Olieri y otros c. Italia, condenando al Estado italiano por no establecer en su ordenamiento interno una legislación nacional que reconozca y proteja las uniones del mismo sexo:
185. In conclusion, in the absence of a prevailing community interest being put forward by the Italian Government, against which to balance the applicants’ momentous interests as identified above, and in the light of domestic courts’ conclusions on the matter which remained unheeded, the Court finds that the Italian Government have overstepped their margin of appreciation and failed to fulfil their positive obligation to ensure that the applicants have available a specific legal framework providing for the recognition and protection of their same-sex unions.
Traducción propia:
185. En conclusión, a falta de un interés comunitario predominante que haya sido interpelado por el Gobierno italiano, contra el que equilibrar los trascendentales intereses expuestos anteriormente, y a la luz de las decisiones de los tribunales nacionales sobre el asunto que quedaron desatendidos, la Corte considera que el Gobierno italiano ha excedido su margen de apreciación y no ha cumplido con su obligación positiva de garantizar que los solicitantes tengan disponible un marco jurídico específico que prevea el reconocimiento y la protección de las uniones del mismo sexo.
Quizá no haya una victoria judicial en el ámbito de los derechos LGBTI más importante en las últimas décadas, desde el caso Toonen contra Australia, que dio lugar a la derogación de las últimas leyes contra la sodomía australianas, cuando el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas determinó que las prácticas sexuales consentidas entre adultos y en privado estaban protegidas por el concepto de “vida privada” del artículo 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que prohíbe las injerencias arbitrarias del Estado en la vida privada de las personas.
Son sin duda meses de sendas victorias en la lucha por la igualdad y la defensa de la diversidad sexual, que han visto las calles irlandesas, católicas y protestantes por igual, inundadas por la euforia del sí al referéndum. Que tras la decisión del Tribunal Supremo de Estaods Unidos en el caso Obergefell contra Hodges, verá la unión civil de personas del mismo sexo hasta en el rincón más sureño del sueño americano. Aún así, y sin abandonar esta emoción que me recorre, todavía quedan espacios que conquistar.
Un vicio burgués y una perversión fascista, es como definiera la homosexualidad el gran "hombre de acero", el padre de la victoria comunista, a quien Neruda dedicara su triste y tétrica "Oda a Stalin".
Hace poco, fui invitado a celebrar el cumpleaños de alguien a quien en pocos meses he llegado a querer mucho: ella quiere a mi padre y lo aparta de ese destino irremediable a la soledad al que él pareciese empeñarse. A lo que íbamos, la mesa de la celebración era digno blasón de lo mejor y más auténtico de la familia media-humilde chilena: la calidez al interior del hogar, una familia numerosa, la abuela que te sirve un tecito caliente nada más entrar y sin preguntar y las tías que sirven y sirven comida. Y los señores..., los señores; silentes, en el atisbo de un vida trabajada, a hoz y martillo.
Dos cuadros de Allende decoraban las paredes de esta casa en cuyas gentes hablaban del "Partido" y del último concierto de Silvio Rodríguez en la ciudad. Me sentía cómodo; de alguna manera todo esto me era conocido. Y digo de alguna manera, porque yo escuché a los abanderados del socialismo en mi infancia de clase media, en los barrios acomodados de Santiago y no desde la voz rasgada, del sol en la frente, y la tierra tomada.
Tristemente la armonía se quiebra cuando una de las tías comenta enrabiada que ha visto un maricón corriendo como niña en la plaza. "Está bien que sea maricón, pero en su casa, no a la vista de todos". A lo que el patriarca de la familia se suma, apuntando que "mejor que no se le acerque un rarito de esos, porque de una paliza le quita lo maricón", desatando un triste enfrentamiento entre las tres generaciones ahí presentes.
Y me hizo recordar el sórdido manifiesto que, desde la diferencia, un siempre irreverente Pedro Lemebel leyese ante un encuentro de partidos de izquierdas en los últimos años de la dictadura; tan recta amonestación a la homofobia revolucionaria.
Qué lejos me siento de esos dogmas; de la doctrina, de esos superhombres estrellados. Que cerca me siento de la gente que piensa libre y guiada por buenos sentimientos de amor. A los primeros les digo, hoy, como en Irlanda, apartaros a un lado y dejad a la gente que hable.
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