7 años en el Tíbet

Llevaba mucho tiempo sin hablar con mi padre. Los motivos son varios, pero para ser breves su inconsciencia me genera mucha frustración e incomprensión. El otro día, después de varios meses, me animé a escribirle. Acababa de toparme con esta canción de Bowie y tenía que enviársela. Escuchar a Bowie con mi padre es una experiencia de limpieza emocional que me traslada a los buenos recuerdos de una infancia a momentos demasiado vehemente. La canción, como sabía, le encantó y me habló sobre el abrigo que se le ve de espaldas al delgado duque blanco. Una de las últimas cosas que hicimos juntos fue ir a la exposición David Bowie Is, donde se pueden ver todos los atuendos del camaleónico personaje. Allí estaba ese abrigo y él se quedó largo rato mirándolo. Y así seguimos hablando, sobre su nuevo trabajo, que se fue a vivir a España, su nueva casa, su nueva rutina, el papá de siempre que solo habla de cosas sencillas del día presente y nunca del día pasado. Bowie, una vez más, hizo de espacio mediador y pacificador, entre mi progenitor y yo.
Nothing ever goes away,
nothing ever goes away.


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